Aquella maravillosa ceguera inicial

Cuando tenía 5 años recuerdo la frustración de no saber leer ni escribir. Como hermana menor, para mí era imposible soportar o admitir mi incapacidad frente a mi hermana de 7 y medio que ya se manejaba y en dos idiomas. Ella podía escribirles cartas a mis abuelos de Valdivia y yo no, así de simple.

Me acuerdo del tiempo que pasé mirando los libros de cuentos que tenía, tratando de ver algo más allá de dibujos y tramas en las letras, hasta que un día, MAGIA! en medio de toda la página, de la nada, apareció la palabra David. Y cuando digo apareció, es porque realmente apareció. Antes no estaba (en mi cerebro por lo menos) y ahora sí. La D con la A, la V con la I  y la D al final, todo hacía sentido de repente.

Después de ese hallazgo, devoré el libro saltando de un “David” a otro “David” (lo que en un libro de David el gnomo puede llevar un tiempo). Era como si todo el resto del texto fuese una masa gris indescifrable, pero en cambio, cada “David” brillaba. Ahora que sabía lo que el dibujo de esa palabra significaba, nada era lo mismo. Ahora me era imposible ignorar y hacer como si no la entendiera y verla sumergida en la piscina de texto como antes.

Esto inevitablemente me hace pensar en qué increíble es lo que ganamos cuando aprendemos a leer, pero a la vez, qué fuerte es que para leer tengamos que “perder” la habilidad de mirar las letras como dibujos y el texto como textura en una página. Tanto así que al estudiar diseño, se vuelve necesario volver a desarrollar eso que abandonamos muchísimos años atrás. Pero nunca es como antes. Nunca se vuelve a no leer la palabra antes de ver el dibujo.

Ahora, de hecho, para mostrar un texto “no legible” tenemos que usar lorem ipsum, porque es lo único que no reconocemos como contenido y, por lo tanto, nos ayuda a verlo gráficamente como bloque de texto sin información.

Esto, en realidad, es algo que pasa en todos los ámbitos. Por ejemplo nuevamente yo, al no saber de autos, lo que veía en ellos eran colores distintos y claro, si me fijaba bien también las formas cambiaban, pero eso no afectaba el hecho de que al verlos pasar en la calle, eran sólo una cosa indefinida, sin información asociada. Esto, por supuesto, hasta que mis papás se compraron un toyota corolla blanco en el 95 y de repente volvió aquella super habilidad de sólo leer toyota corollas en las calles, el mismo efecto de David, el efecto “¡ahora lo veo en todas partes!”.

La cosa es que cada vez que aprendemos algo nuevo, perdemos la habilidad de no reconocerlo. Perdemos la maravillosa ceguera de no conocer, la única quizás que nos permite ver con objetividad puramente visual. Traten de pensar en cuando conocieron a una persona nueva que luego se volvió importante en sus vidas. Se acuerdan la primera vez que vieron su cara? qué pensaron? qué les evocó? es acaso la misma cara que ven ahora en esa persona? Claramente no. Ahora hay tanta información asociada a esa imagen, que lo que vemos es distinto y no lo podemos separar. Todo lo que conocemos o aprendemos de algo/alguien afecta nuestra percepción visual sobre ello.

Wurman en su libro Information Anxiaty 2 , dice “The minute we know something, we forget what it was like not to know it” y ese debe ser uno de los problemas más grandes de la comunicación. Porque claro, los que comunican ya saben y por lo tanto perdieron aquella ceguera inicial. 

Aunque sea imposible volver a ese estado de no saber una vez que ya sabes, quien aspira a comunicar de manera clara, debe tratar de atrapar ese estado de no saber, tratando de recordar cómo veía antes de haber aprendido, para explicar de acuerdo a las necesidades de alguien que todavía no sabe.

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